viernes, 15 de enero de 2010

Locura de una tarde de mayo


Un movimiento rápido, un impulso fortuito, y me levanté del sillón en que me encontraba, con el Colombiano en la mano y un lapicero de tinta roja con el que me había sentado hacía ya una hora a leer detenidamente con la intención de hallar un empleo de mi talla y porte, porque yo tenía bien claro que no había nacido ni para mesero, ni para mensajero, ni siquiera para vendedor de mostrador, y ¡tremenda suerte la mía!, eso fue lo que me encontré por todos lados; deslizaba mis ojos con marcada ansiedad en busca de algo para mí: Un joven talentoso, comunicativo, sociable y divertido; un empleo con personalidad, si así lo quieren, pero nada.

Esa tarde de mayo, como si en verdad el destino estuviera escrito, yo sentía que algo ocurriría, así que salí a buscar mi empleo por las calles, ya que en el periódico no se me ofrecía nada interesante.

Mientras avanzaba por las calles atestadas de gente y de comerciantes ofreciendo sus mercancías, yo sentía que me miraban…Hasta la vecina bonita que nunca me saluda, me miró con atención como si tuviera un particular y curioso aspecto, pero en realidad hoy me sentía tan normal como siempre. Esta situación se hizo más evidente (y más incómoda, por supuesto) cuando montado en el bus, sentía que la gente ante mi más ligero descuido deslizaba sus ojos con cautela para observarme, pero después de tenerme bien enfocado, parecían incapaces de retirar su vista de mí y yo ya me estaba poniendo nervioso.

Por primera vez me sentí agradecido de que se montara un cantante de rap al bus, esto logró desviar un poco la atención, y a la vez regalarme un poco de tranquilidad en medio de tal presión, entonces me concentré en su sencillo discurso de presentación y en su lírica marcada. Me gustó lo que oí: Una canción corta pero con alma y con una cadencia pulsante que captó mi atención. Busqué entre mis bolsillos una moneda para apoyar al joven, pero cuál no sería mi sorpresa, al percatarme de que el muchacho pasó de largo y no se tomó siquiera la molestia de recibirla a pesar de que se la ofrecía con mi mano extendida, y un rostro visiblemente más recuperado de la incómoda situación que me había ayudado a disipar.

Yo ya me estaba preocupando. ¿Cómo era posible que hace algunos minutos, fuera el centro de atención, y ahora alguien parecía no haberme visto? Era como si de repente hubiera tenido una repentina transición entre el ser y la nada.

Llegué a mi destino, una oficina de empleos. Cuando me dirigía a tocar el timbre en la parte trasera para parar el bus, noté que por más fuerte que presionara, ningún sonido era emitido, el conductor ni se inmutó a pesar de que recurrí a gritar para que me permitiera bajarme, pues me estaba llevando realmente lejos de donde quería quedarme. Me pareció una falta de respeto, así que me dirigí a la parte de adelante para hacerme escuchar, pero fue inútil. Trastornado como estaba, decidí hablarle a un señor que iba sentado en la banca de en medio, pero mi presencia pasó desapercibida. Le hablé a la señora que iba atrás de él, al joven universitario, pero nada!, todos me ignoraban. Es más, parecía que nadie me veía!

Ya iba bien lejos de donde debía bajarme, entonces esa ya no era mi mayor preocupación; me encontré dando vueltas por los barrios de Medellin, intentando hacerme ver en un bus de tantos, ante unas de tantas personas que ahora viajaban tranquilas, imperturbables ante mis pataletas y mi angustia. Mi única oportunidad para bajarme de aquel bus, cuyo recorrido se me había hecho interminable, era esperar que algún pasajero se bajara. Esperé en la parte trasera que alguien tocara el timbre, y ¡preciso!, el joven universitario fue mi salvación; con tranquilidad se dirigió hacia la parte trasera del bus, de pie, al lado mío, esperó unos instantes mirando atento por la ventana, finalmente tocó el timbre y… zas!, me bajé como un rayo, sin que nadie, ni en el bus ni en la calle notara mi presencia.

Estaba realmente frustrado, perdido en un lugar de Medellin que no conocía, con poco dinero, algo de hambre, y mucha rabia contra la sociedad ¿Cómo era que nadie me veía? Me senté a pensar cómo hacer para que el señor de los minutos a celular me vendiera uno, pero era imposible para mí hacer que cualquier persona a mi alrededor me dirigiera siquiera una mirada curiosa, como las de la gente del bus, antes de la canción del rapero. ¡Qué frustración!, mi mente en blanco, mi estómago también, y nadie que me ayudara o por lo menos me viera.

Como el señor de los minutos a celular no me veía y era claro que no podría conseguir prestado un teléfono, yo tenía la segunda opción: ¡Un teléfono público!, ¿Cómo no se me había ocurrido antes?...!El teléfono público!

Por primera vez en casi tres horas de extrañas situaciones con consecuencias notablemente perturbadoras en mi estado de ánimo, una sonrisa de esperanza se dibujó en mi rostro. Con ánimos renovados, me dirigí a buscar la solución a todos mis problemas: El dichoso teléfono público. Camine casi tres cuadras, hasta que por fin lo vi y me dirigí desesperadamente hacia él. Finalmente llegué, fueron los dos minutos más largos de mi vida: el tiempo que tomó caminar desde la cuadra anterior hasta esa esquina, donde estaba el teléfono. Saque una moneda, cogí la bocina con mi mano, pero súbitamente cayó, y se quedó colgando sin que pudiera hacer algo por levantarla, la moneda también cayó, y se fue rodando hasta una alcantarilla. Sentí un pitido fuerte, como el sonido que indica que el teléfono está habilitado para llamar… y era como si ese sonido fuerte y sostenido me llevara a un lugar desconocido y absorbiera entera la poca existencia que me quedaba. No recuerdo más, en ese momento creo que perdí el conocimiento.

Esta mañana, me levanté en un lugar bastante particular: Calles, una esquina, luces y muchos caminantes. No podía moverme, y ya no sentía hambre; sólo tenía muchas ganas de que alguien se me acercara para hablar. Una joven hermosa se dirigió hacia mí y me tomó de la mano, me puse tan feliz, y a la vez tan nervioso (Tanto de que alguien me viera de nuevo, como de que súbitamente me tomara de la mano), que solo pude decirle: ¡Buenos días!

Ella me miró a los ojos, como esperando que le dijera algo más. Yo lo noté de inmediato y le dije con alegría: por favor, inserte monedas…

En medio del movimiento en las calles, de los transeúntes desprevenidos, estaba yo, encerrado en una cajita de metal y protegido por una cubierta plástica, ¡yo era el teléfono público!

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