Goldenrose
sábado, 7 de abril de 2012
domingo, 16 de octubre de 2011
No se lo cuentes a nadie...
Letras inertes
martes, 10 de mayo de 2011
Cuando UNO se queja.
Me enseñaron que UNO no debe hablar mal de nadie, pero tengo que decir aquí, secretamente, que no soporto a UNOMISMO.
UNOMISMO siempre está en sus asuntos y nunca escucha razones, siempre tiene algo que preguntar, pero normalmente UNO no tiene tiempo para responder tantas tonterías. Qué derroche de información!, Qué falta de cordura!. UNOMISMO no se da cuenta, aunque UNO lo sabe, que todos están siempre muy ocupados en otras cosas como para responder sus constantes ¿Porqué?. El no sabe que todo ya está hecho y pensado y es necesario seguir algún parámetro formal, un esquema de conducta que le permita a UNO encajar en este mundo, no sé porqué se complica tanto, si es tan fácil. Sin embargo, no haría esa pregunta, porque abriría la puerta a sus molestas inquietudes…
Debo aceptar que me sorprendió esta mañana, después de un sueño tranquilo cuando suavemente murmuraba que UNOMISMO se mueve por la constante necesidad de significado, que todo lo que hace diariamente es levantarse a buscar respuestas que no siempre encuentra pero que el sólo hecho de buscarlas le hace feliz, aunque el mundo le ofrezca sólo atractivos paradigmas que UNOMISMO no quisiera aceptar, aunque a UNO le parecen realmente cómodos y convenientes. Lo dejé continuar en sus delirios, aunque me gustó su estructra de pensamiento, sin embargo, cuando me preguntó mi opinión no se lo dije porque UNO sabía que se hacía tarde para salir.
GoldenRose, Mayo 10 de 2011
martes, 19 de abril de 2011
De cómo las cosas extraordinarias se vuelven ordinarias...
Dentro de la maravillosa complejidad e impredecibilidad de la vida siempre existe la posibilidad de que algún sueño en apariencia lejano, tal vez inalcanzable; por alguna razón se torne cercano y realizable. Hasta que un día, sin esperarlo siquiera, pasa a hacer parte de las cosas normales que nos ocurren día a día sin que seamos conscientes del milagro detrás de cada uno de nuestros logros. Vale la pena soñar y desear; es cierto, pero también deberíamos detenernos para tomar pequeños sorbos de la soberanía inexplicable de cada peldaño que hemos escalado; en esencia, agradecer y disfrutar la vida...
lunes, 7 de marzo de 2011
Del color que quieras...
sábado, 19 de febrero de 2011
Historia de Invierno
Recuerdo esa fría tarde de invierno como si fuera hoy...
Yo iba en medio de la lluvia torrencial, caminando lento como si quisiera que esa misma lluvia de la que tantas veces había huido exorcizara toda mi soledad y se llevara mi dolor profundo arrastrando por las calles, como se lo merece, hasta depositarlo entero y sin miramientos dentro de esas lejanas alcantarillas de cuya infinita oscuridad solo conocen bien las ratas.
Y es allí donde debería terminar todo el dolor. No solo el mío, sino también el de todos. Mientras caminaba pensaba que sería maravilloso que cada vez que llegara la lluvia fría, purificadora, limpia se llevara con ella todo rastro de angustia, que se lo llevara lejos, al mar; de donde ni siquiera en tiempo de vacaciones lo recuperaríamos de nuevo; porque sería demasiado infortunado que nadando en medio del dolor que hubiesen tirado los demás, fuéramos tan desgraciados de encontrarnos de nuevo con el nuestro. Era una ínfima probabilidad, así que por lo pronto mi solución parecía bastante interesante y por un momento la creí demasiado cierta, demasiado posible; simplemente me paré en mitad de calle, sintiendo la lluvia en mis manos, y pensando que cada gota helada se llevaba unas cuantas más de mi dolor, que además debía ser menos denso que el agua para que como en mi idealizada situación se alejara de mi flotando sobre ella, como el aceite que algún auto había derramado sobre el pavimento emparamado, avanzando hacia ese mar, ese enorme sumidero que yo había inventado y que ahora aunque lejano, sería el próximo hogar de todas mis penas.
Sin embargo la soledad permanecía conmigo, se negaba a soltarme por más que quisiera deshacerme de ella. Mi alma de poeta bohemio y loco debía inventarle una forma, un estado material aceptable para tal comportamiento. El dolor podía ser líquido, pues yo había concluido ya acerca de su densidad y de que podía formar un mar con él, si. Pero la soledad debía ser algo más complejo, además de difícil de arrancar, pero no se me ocurría en ese entonces cómo describirla, por esa razón sería que no podía librarme de ella.
Esas eran las tonterías que pensaba mientras con un andar de loco despistado, con una canción de rock en la cabeza: “crazy, crazy, crazy, for you baby, what can I do, honey. I feel like the color blue”... así deambulaba por las calles como sin querer, para llegar de nuevo a casa. Debía tener un aspecto tan deplorable, que sentía los ojos de los demás que corrían bajo el aguacero, clavarse en mi pobre cuerpo emparamado.
“Estoy en medio de un exorcismo”, pensaba yo, y no me importaba nada porque yo he visto peores cosas en esas películas de terror que tanto odio. Pero mi caso era diferente, solo la presencia purificadora del agua del cielo, nada de gritos y retorcimientos, solo una profunda paz que me regalaba la naturaleza con esa maravillosa tempestad vespertina.